Vacunas, temor y una explicación desde las ciencias conductuales

El último fin de semana, una encuesta de IPSOS Perú mostró que el 48% de los peruanos no se vacunaría contra la covid-19. ¿Por qué es tan alto este porcentaje? ¿Qué hacer para aumentar el número de personas dispuestas a vacunarse?

Hace unos días tuve la oportunidad de participar de un webinar organizado por el International COVID-19 Behavioural Insights & Policy Group de la UN Innovation Network, donde el reconocido profesor de psicología y economía del comportamiento Dan Ariely trató estos temas desde el punto de vista de las ciencias conductuales. A continuación, presento un resumen de sus principales ideas.

Para entender mejor la situación, lo primero es ordenar a la población desde aquellos que están totalmente a favor de la vacuna, hasta aquellos totalmente en contra y que nunca se vacunarían. Sobre este último grupo vale la pena mencionar que, aunque su presencia en medios y redes sociales haga pensar lo contrario, es en general bastante reducido y, la verdad, es poco lo que se puede hacer para cambiar su opinión. En medio de estos dos grupos están aquellos que tienen dudas y temores sobre vacunarse –de hecho, según la misma encuesta de IPSOS Perú, las dos principales razones para rechazar las vacunas son el temor a posibles efectos secundarios (52 %) y su desarrollo acelerado en los laboratorios del mundo (30 %). ¿Cómo entender mejor estos temores?

 Desde el punto de vista de las ciencias conductuales, una explicación está asociada al concepto de “arrepentimiento asimétrico”. Este nos dice que el nivel de arrepentimiento que podríamos tener ante un mismo evento negativo es mayor en una situación de elección activa que en una pasiva. Imaginemos que tenemos una ruta habitual para ir a trabajar y, justo el día que decidimos probar una nueva ruta, sufrimos un accidente. ¿Nuestra sensación de arrepentimiento será mayor si el accidente ocurre en la ruta habitual o en la nueva ruta? Aunque el accidente no tenga nada que ver con la ruta, nuestra molestia tendrá mayor intensidad y duración si el accidente ocurre el día que cambiamos de ruta. En el caso de las vacunas, la molestia y sentimiento de culpa serán mucho mayores si pasa algo malo después de vacunarnos que si pasa sin vacunarnos. En este sentido las vacunas en general sufren de un problema de tiempo: cualquier evento negativo que ocurra después de recibir la vacuna será fácilmente atribuible a la vacuna, aún si no tiene nada que ver con ella. Peor aún, esa asociación entre evento negativo y vacuna será llamativa y sobredimensionada en redes y medios.

¿Qué podemos hacer, entonces, para fomentar la vacunación sobre todo en este grupo con dudas y temores? Ariely propone algunas ideas bastante interesantes:

  • Sin necesariamente hacer obligatoria la aplicación de vacunas, las autoridades de salud pueden poner en “la cola” de vacunación a todos los ciudadanos —por ejemplo, cada establecimiento de salud podría hacerlo para su población adscrita— y pedir que cada uno activamente decida no estar en la cola. Así, enfrentamos el arrepentimiento asimétrico, pues creamos la opción de que más bien uno se arrepienta de haberse retirado de la cola.
  • Una siguiente medida es hacer costoso el no vacunarse. Por ejemplo, restringir el acceso de personas sin vacunarse a ciertos lugares. Esto, sin embargo, podría generar problemas por la limitada disponibilidad de vacunas en un principio y dar la sensación de que a uno implícitamente lo están obligando a vacunarse. Otra alternativa es pedir que, por ejemplo, en centros laborales y escuelas las personas deban informar su decisión de no vacunarse. Ariely comenta que esta segunda opción parece funcionar mejor.
  • En tercer lugar, para promover la vacunación en general es clave tener una campaña comunicacional transparente que resalte cómo a la gran mayoría de personas que se vacunan les va bien y que son pocos los casos con consecuencias negativas. Será importante no solo comunicar el número de personas ya vacunadas, sino la proporción de vacunados sanos, la proporción de vacunados contagiados, pero con síntomas leves, y la de contagiados con síntomas graves. Para esto, la capacidad de monitoreo continuo para la farmacovigilancia es clave.

Finalmente, antes mencioné que para cambiar a los más radicales seguidores del movimiento antivacunas es poco lo que se puede hacer. Sin embargo, sí se puede y se debe contrarrestar su mensaje enérgicamente. Para ello, es necesario lograr que lo cotidiano —que las vacunas que se están usando son seguras y eficaces— sea noticia.   

Realizado por: Nicolás Besich, investigador principal en Videnza Consultores

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