Es la economía
“It´s the economy, stupid”. Esta es una frase que hizo famosa el presidente Bill Clinton en su campaña presidencial de 1992. Nos recuerda con humor que, al final del día, no hay fuerza que movilice a los ciudadanos –y a los electores– como las fuerzas de la economía. Es indiscutible que muchos otros elementos pesan en el éxito de un gobierno, pero si las familias no llegan a fin de mes, no hay discurso político que aguante.
Hago esta reflexión dado el contexto de convulsión que se vive en diferentes puntos del país como consecuencia del incremento en el precio de productos de primera necesidad. La inflación galopante –que en marzo fue la más alta de los últimos 26 años– golpea especialmente a los peruanos de menores recursos, que constituyen precisamente la base de apoyo político del presidente Castillo. Especialmente paradójico es que el epicentro de las protestas sea Huancayo, capital de la región donde se gestó el partido político que lo llevó a Palacio. De no revertirse la tendencia, lo más probable es que el menguante respaldo presidencial entre rápidamente a terreno crítico.
Cierto es que las causas del incremento en precios tienen que ver principalmente con factores exógenos no atribuibles a la acción del gobierno, en particular con la guerra entre Rusia y Ucrania que ha presionado dramáticamente el precio internacional del petróleo. No obstante, está en manos del Ejecutivo establecer mecanismos para mitigar este shock temporal. De hecho, ayer sábado se anunció la reducción temporal del ISC al petróleo y la exoneración del IGV a ciertos alimentos. Sin embargo, estas medidas llegan tarde –luego de masivas protestas que dejan graves heridos y daños materiales– y, más preocupante, tienen serias deficiencias de diseño.
El problema con ambas disposiciones es que sus efectos trascenderán largamente a este episodio inflacionario. En política tributaria –por lo menos en Perú– toda reducción o exoneración de tasas termina siendo muy difícil de revertir en el largo plazo. Por ello, aunque el gobierno la anuncia como una medida temporal, en la práctica está promoviendo una reducción permanente de tasas. Esto es preocupante en un país cuya presión tributaria (alrededor del 15%) es de las más bajas de la región, y más aún si consideramos que venimos de dos años de profundo déficit fiscal (8.9% en 2020 y 2.6% en 2021). En este contexto, el gobierno debiera apuntar a fortalecer su recaudación y limitar sus exoneraciones. Ambas medidas van en la dirección contraria.
El otro problema con estas medidas es que no permiten la focalización. Es decir, tratan de igual manera al rico y al pobre, cuando los esfuerzos debieran estar direccionados a los más vulnerables.
¿Cómo podrían resolverse estos dos problemas de diseño? Por ejemplo, apostando por subsidios focalizados a alimentos o con transferencias directas a los hogares en situación de mayor riesgo. Esto no comprometería las finanzas públicas de largo plazo –pues son medidas efectivamente temporales– y evitaría que termine beneficiándose a hogares cuya situación no es apremiante.
Finalmente, para hacer frente a este tipo de shocks temporales, es fundamental que el gobierno genere los recursos que le permitan disponer de presupuesto. En ese sentido resulta paradójico que hoy, con precios de nuestras materias primas a niveles históricamente altos, tengamos una inversión privada estancada, con un crecimiento estimado de 0% para el 2022 según el BCR.
Ojalá el presidente y su entorno comprendan pronto que ninguna reivindicación social será posible sin una economía con buen pulso. El tiempo corre y los peruanos esperamos.
Realizado por: Joaquín Rey, investigador principal de Videnza Consultores
Columna de opinión publicada el 03 de abril de 2022 en el diario Perú21.
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